El Lobo y Cenicienta
Siguiendo con mi cuento, la vida suele dar giros inesperados. Una tarde mientras ordenaba mis discos escuché un ruido extraño que venía del desván. Aunque dicen que la curiosidad mató al gato, esta me pudo, así que decidí investigar.
Al abrir la puerta del desván, me encontré con un viejo baúl cubierto de polvo. No sabía cómo había llegado allí, pero la cerradura estaba rota y lo abrí casi sin esfuerzo. Dentro, había una colección de objetos un tanto extraños: un espejo antiguo, un diario desgastado y, lo que más me llamó la atención, una capa negra con bordados plateados que brillaban débilmente a la luz.
Al tocar la capa, sentí una extraña corriente de energía recorrer mi cuerpo, como si algo despertara en mí y me atrajera. El mundo a mi alrededor parecía desvanecerse y, de repente, me encontraba en un bosque oscuro y misterioso. El aire estaba impregnado de un aroma a humedad, pero había algo más, algo mágico que me hizo sentir viva.
Mientras exploraba ese nuevo mundo, me di cuenta que no estaba sola. Había un lobo que se asemejaba al que siempre había admirado, pero este era diferente. Tenía unos ojos que brillaban transmitiendo inteligencia y un aire de misterio.
—¿Quién eres? —preguntó el lobo, acercándose con cautela, como si temiera asustarme.
—Soy Pamela, la Cenicienta gótica —respondí, sintiendo una extraña conexión con él, sentía que podía ser yo misma sin miedo a ser juzgada.
El lobo sonrió, mostrando una mezcla de comprensión y desafío.
—Este lugar es un refugio para aquellos que no encajan en el mundo que conocen. Aquí puedes ser quien realmente eres. Pero hay que pagar un precio.
Intrigada, le pregunté que quería decir. El lobo amablemente explicó que en ese bosque, los deseos se cumplen, pero a cambio, uno debe enfrentarse a sus miedos. Me sentí un poco asustada, pero emocionada a la vez.
Sin dudarlo, decidí aceptar el desafío. Con cada paso que daba, la capa me envolvía en una sensación de libertad. Era el momento de dejar atrás mis inseguridades.
Así, comencé a explorar el bosque, enfrentando criaturas que representaban mis inseguridades y mis dudas. Cada encuentro me hacía más fuerte, más decidida. Recuerdo un momento en particular, cuando me encontré con un espejo que reflejaba mis miedos: la soledad, el rechazo, el temor a no ser suficiente. En lugar de huir, enfrenté mi reflejo, y al hacerlo, sentí que una parte de mí se liberaba.
El lobo, siempre a mi lado, me animaba con su presencia. A veces me contaba historias de su propia vida, de como había sido rechazado por ser diferente, y eso me hacía sentir menos sola. El lobo se convirtió en mi aliado, guiándome y protegiéndome.
Finalmente, llegué a un claro donde se hallaba un viejo castillo, cubierto de hiedra y una atmósfera de misterio. Sabía que dentro de esos muros se encontraba la clave para transformar mi vida. Aquél sería mi mayor desafío: enfrentarme a mis propios demonios.
Al entrar al castillo, mi corazón latía con fuerza. Las paredes estaban llenas de ecos, recuerdos de quienes habían estado allí antes que yo. Me detuve un momento, respiré hondo, y recordé todas las veces que había sentido que no encajaba, todas las veces que había deseado ser aceptada.
Con el lobo a mi lado, me enfrenté a las sombras de mi pasado. Cada paso que daba me acercaba más a la verdad. Así comprendí que no necesitaba ser perfecta, tan solo necesitaba ser auténtica. Y así fue como reclamé mi lugar, mi historia.
Ya no era Cenicienta gótica, a partir de entonces sería Caperucita gótica, y mi historia con el lobo no había hecho nada más que empezar.
Colorín, colorado... el final aún no ha llegado.