Las Crónicas de Dante: Introducción

La Biblioteca de las Almas

Cuando el señor Morelli está a punto de morir, nombra a Dante como el nuevo custodio de la Biblioteca de las Almas, un lugar místico, el secreto mejor guardado de la Biblioteca Capitolare, en Verona. Una sala oculta con olor a madera de otra época y tinta desgastada, donde se guardan libros prohibidos, pergaminos olvidados y objetos que no deberían existir.

La Biblioteca de las Almas no solo es un archivo de conocimiento antiguo, sino una guía para quienes, como Dante, han nacido con un don especial.

Dante se arrodilla junto al lecho de Morelli, su mentor, su maestro... lo más parecido a un padre que había tenido. El anciano le ofrece un objeto ovalado tallado con símbolos que parecen moverse sutilmente bajo la luz: el Codex.

—Dante —susurra con la voz apagada—, aquí tienes el Codex. A partir de ahora, eres el custodio. Usa tu don... para hacer el bien.

Dante asiente, aceptando así el legado de su maestro. A partir de esa noche, nada volverá a ser igual.

Las puertas de La Biblioteca de las Almas se han abierto.

***

No era la primera vez que Dante sostenía la mano de un moribundo, pero esta vez dolía más que nunca. Sus ojos, vidriosos por la tristeza contenida, se negaban a apartarse del rostro de su tutor.

Cuando el señor Morelli exhaló su último suspiro, Dante no pudo evitar que las lágrimas escapasen de su encierro, resbalando silenciosas por sus mejillas. En ese instante, un recuerdo lo envolvió…

«Dante había sido un muchacho inquieto, y en sus ojos verdes brillaba la bondad de su alma, algo que Morelli sintió nada más verlo. Lo había encontrado en la sección prohibida de la Biblioteca Capitolare, husmeando entre textos que no debía tocar. Pero en lugar de reprenderlo, le hizo una pregunta:

—¿Tú también los oyes?

Morelli supo de inmediato que aquel joven poseía un don especial, visible en el resplandor de su aura. Desde aquel día se convirtió en su mentor. Le enseñó a leer entre líneas, a escuchar los silencios, a confiar en ese “don” que tanto había temido durante su infancia, aislado por la incomprensión.

Dante estaba a punto de cumplir dieciocho años y pronto debería abandonar el orfanato. Morelli, que vivía solo, le ofreció un hogar. Así comenzó su andadura juntos, entre libros y pergaminos llenos de secretos.»

Ahora, con treinta y cinco años, Dante era un hombre de presencia firme, cuerpo atlético y una mirada tan limpia como su alma, vestía de manera sencilla. En su cuello lucía un tatuaje místico, símbolo de su vínculo con lo invisible.

Seguiría buscando respuestas sobre su pasado. Pero esta vez tendría que hacerlo solo.