En esta ocasión Dante se verá envuelto en un misterio al estilo de Edgar Allan Poe. Una mansión que guarda un secreto: un espejo antiguo que además de reflejar... captura.
La mansión
Aquella antigua mansión parecía latir en el corazón del bosque como si tuviera vida propia. Su fachada de piedra, cubierta por un manto de hiedra y rodeada por una densa niebla, susurraba un eco siniestro. Pocos conocían su historia.
Se decía que había sido construida por un noble anticuario obsesionado con la inmortalidad. Desde hacía décadas nadie se atrevía a cruzar su mohosa puerta; quienes lo hacían... no siempre regresaban. Su interior albergaba numerosas reliquias macabras, entre ellas un espejo de marco barroco y cristal ennegrecido que reposaba sobre el muro más antiguo.
El diario
Hacía unos días Dante había recibido una carta. Sin firma. Sin remitente. Un sobre amarillento, parecía antiguo. Dentro contenía un cuaderno de cuero agrietado. Lo abrió. En la primera página, escrita con letra temblorosa, solo dos elementos:
Una coordenada.
Y una advertencia:
"Si decides cruzar el umbral, cuidado con el reflejo... el espejo también observa."
Dante tenía entre sus manos un nuevo misterio. Pasó la página y continuó leyendo.
12 de noviembre
Esta quizá será la última entrada. No escribo con la intención de ser leído, sino para que el olvido no me devore antes que el espejo.
Todo comenzó con una compra en un mercado de antigüedades de Nápoles. Una pieza veneciana. Según me dijeron del Siglo XVIII o anterior. El marco estilo barroco, estaba algo carcomido por el tiempo, pero se notaba el tallado a mano. Lo que me llamó la atención no fue su apariencia, sino la forma en que el vendedor me lo ofreció, como si se librara de una pesada carga.
Desde el primer día noté algo extraño. Mi reflejo aparecía... pero no respondía de inmediato. Al principio pensé que era la fatiga, la sugestión. Pero con el paso de los días, la imagen adquiría voluntad propia. Movimientos sutiles, que no coincidían con los míos. Un parpadeo de más. Una sonrisa que yo no hice. Una sombra que no debería estar.
Anoche ocurrió algo peor. El espejo parecía estar iluminado desde dentro, como si alguien hubiera encendido una luz al otro lado. Y en su centro... la figura de una mujer vestida de negro, de espaldas. No se giró, pero sé que me vio.
Esta casa ya no me pertenece.
El resto de las páginas habían sido arrancadas.
Dante tenía claro que debía dirigirse a esa casa misteriosa. Así que decidió usar la coordenada que aparecía en la primera página del diario, junto a la advertencia.
El espejo
El viaje hasta el punto marcado por la coordenada no fue fácil.
Dante condujo por senderos que no aparecían en los mapas actuales, atravesando bosques espesos y carreteras ocultas.
Cuando el sol comenzaba a caer, entre las ramas de los árboles, la casa apareció ante él. Tal como la describía el diario.
La verja estaba entreabierta, oxidada, al empujarla chirrió como si despertara de un largo sueño.
El jardín estaba cubierto de hojas secas, muertas. El silencio era demoledor. No se escuchaba ningún sonido. Ni aves. Ni viento. Solo se escuchaba el crujido de sus pasos sobre las hojas secas.
La puerta principal se abrió con facilidad. Un olor a humedad envolvía la estancia. Dentro, parecía que se había detenido el tiempo. La penumbra era densa. Había sábanas cubriendo los muebles, cuadros torcidos y alfombras desgastadas.
Dante avanzó en silencio por un pasillo estrecho hasta una puerta tallada. Al empujarla, se encontró en un salón amplio. Y al fondo, colgado sobre un muro ennegrecido, estaba el espejo.
Era más grande de lo que había imaginado. El marco tenía figuras talladas que parecían moverse bajo la sombra. El cristal, cubierto de polvo, parecía palpitar. Se acercó lentamente. No vio su reflejo. Solo había oscuridad.
Y entonces, lo vio.
Una figura que vestía de negro. No era él.
Estaba dentro del espejo, de pie, mirándolo desde el otro lado.
Dante retrocedió un paso, pero la imagen no lo imitó. Parpadeó.
La figura seguía inmóvil. Hasta que levantó lentamente la mano y le señaló. Detrás había un armario.
Dante giró el rostro y se dirigió al mueble, que estaba oculto bajo una sábana. Abrió un cajón, allí había una llave. La cogió. Bajo ese cajón había otro con cerradura. Metió la llave. Encajaba.
Dentro encontró una carta y un retrato: una mujer joven, vestida de negro, con mirada triste.
La carta, escrita con la misma letra temblorosa del diario, decía:
"El espejo refleja deseos. Lo que uno más anhela. Ella quiso volver a ver a su amado. Y quedó atrapada en el recuerdo."
"Si has llegado hasta aquí... rompe el cristal. Libérala."
Dante levantó la vista. La figura seguía ahí. Parecía esperar. Su pulso se aceleró.
Tomó una silla antigua. Dudó un segundo... y golpeó.
El espejo se rompió en mil fragmentos. Se escuchó un grito silencioso. Una ráfaga de aire helado atravesó la estancia. Las cortinas se agitaron. El silencio volvió.
Dante respiró hondo. Se acercó a los restos del espejo. Ya no estaba la figura y los fragmentos de cristal brillaban. Solo veía su reflejo roto.
Días después, Dante guardó el diario, la llave y el retrato en su archivo personal de la biblioteca. No redactó ningún informe. Solo una nota en su libreta:
"Algunas puertas no deberían abrirse."
El anticuario fue víctima de su propia obsesión. No fue el espejo quien lo mató... sino su deseo de inmortalidad. La advertencia que dejó a Dante no era un intento de salvarse a sí mismo, sino de liberar a la mujer... y cerrar el ciclo. Evitando así que alguien más repitiera su destino.
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Nota:
Este relato participa en el reto propuesto por Tarkion en su blog
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